Son pocas las noches en que el bar cierra
temprano. Unas copas a medio llenar, algunos pocillos vacíos y ceniza por
doquier… nada extraño. La milonga en la vitrola suena tan amarga como el
último trago de ginebra que recorre la sangre de un hombre escuálido, de rulos
irritantes, tumbado en la barra.
– La
piedra, señor… mientras empieza a moverse, piensa y sabe que ella se esfuerza,
cuanto puede, por seguir moviéndose. Esa piedra, como no es consciente más que
de su propio esfuerzo, creerá que es libre y que no
continúa en movimiento por otra causa más que porque ella quiere. Y ésta es la
libertad humana que todos dicen tener, y que consiste tan sólo en que los
hombres son conscientes de su apetito y desconocedores de las causas por las
que son determinados – comenta al pasar.
– ¿Usted dice que el niño airado cree que
quiere libremente la venganza? ¿Así como el tímido, la huída? – repone el
mesero mientras lustra una copa.
– Fíjese
que el hombre que delira, el charlatán, y muchísimos de esa calaña, creen que
obran por libre decisión de su voluntad, y no por ímpetu – responde el
primero y agrega – aunque la experiencia
nos ha enseñado hasta la saciedad que nada pueden menos los hombres que dominar
sus apetitos, y que muchas veces, agitados por sentimientos contrarios, ven lo
mejor y aun así siguen lo peor, creyendo que son libres –.
Un anciano de sotana posa la mano en el
hombro de este último y susurra al oído.
– La
voluntad no quiere necesariamente todas las cosas que ama… el hombre es libre, tiene
naturalmente voluntad libre de coacción; el estar libre de coacción es una condición y
no es toda una voluntad –. Prosigue la marcha y desaparece. El hombre de
rulos da media vuelta y busca la voz que lo ha conmovido.
El mesero termina con la copa y sirve un
café. Seca el sudor de la frente y da un sorbo a la taza. Sirve otro trago de
ginebra y guarda la botella. Reflexiona unos instantes y murmura:
– Créame que la libertad no es una cosa, ni
un objeto. Al menos eso pienso. Es algo así como la propiedad que poseen algunos actos voluntarios.
Aquella propiedad que hace que algunos actos voluntarios sean imprevisibles,
nuevos, porque no están determinados ni desde fuera ni desde dentro del sujeto.
Pero podríamos estar años intentando desvelar el verdadero sentido de la libertad –.
Lauryn Hill y Ziggy Marley versionando Redemption Song (Bob Marley)
Lecturas utilizadas:
- El hombre en busca del sentido - Viktor Frankl
- Lecciones preliminares de filosofía - García Morente
- Introducción a la filosofía - Cuéllar Bassols y Rovira Martínez
- Diccionario de filosofía abreviado - Ferrater Mora