– ¡Toque una maestro!– gritó un niño desde la
ventana y el silencio aplacó el bar
entero. El piano de cola incrustado en el rincón de los llantos acusaba la
ausencia del intérprete. Viejo canalla que junto al bandoneonista de turno embrujaron
noches funestas. Armonías desoladoras para corazones desalmados, ahogados en
razón. El roble del piano, recio como los rasguños de la guitarra de aquel
zorzal, endurecía los anhelos de los últimos soñadores crónicos.
–Tomo y obligo, compadre– y el desastre
comenzó.
Tomo y obligo, mándese un trago,
que hoy necesito el recuerdo matar;
sin un amigo lejos del pago
quiero en su pecho mi pena confiar.
Beba conmigo, y si se empaña
de vez en cuando mi voz al cantar,
no es que la llore porque me engaña,
yo sé que un hombre no debe llorar.
que hoy necesito el recuerdo matar;
sin un amigo lejos del pago
quiero en su pecho mi pena confiar.
Beba conmigo, y si se empaña
de vez en cuando mi voz al cantar,
no es que la llore porque me engaña,
yo sé que un hombre no debe llorar.
– ¿Usted
sabe lo que era esa mujer para mí? – preguntó disgustado, buscando un destello
de esperanza.
–Vamos
hombre, no todo está perdido– contestó con desgano.
–Ya
terminó, amigo. Ella y todas las mujeres. Todas son iguales, y yo hago mal en
afligirme–.
Si los pastos conversaran, esta pampa le
diría
de qué modo la quería, con qué fiebre la adoré.
Cuántas veces de rodillas, tembloroso, yo me he hincado
bajo el árbol deshojado donde un día la besé.
Y hoy al verla envilecida y a otros brazos entregada,
fue para mí una puñalada y de celos me cegué,
y le juro, todavía no consigo convencerme
como pude contenerme y ahí nomás no la maté.
de qué modo la quería, con qué fiebre la adoré.
Cuántas veces de rodillas, tembloroso, yo me he hincado
bajo el árbol deshojado donde un día la besé.
Y hoy al verla envilecida y a otros brazos entregada,
fue para mí una puñalada y de celos me cegué,
y le juro, todavía no consigo convencerme
como pude contenerme y ahí nomás no la maté.
–Compadre,
renuncie al llanto. No malgaste lágrimas en causas perdidas… ruegue porque una
balada lo atrape y nunca más lo deje escapar–.
Tomo y obligo, mándese un trago;
de las mujeres mejor no hay que hablar,
todas, amigo, dan muy mal pago
y hoy mi experiencia lo puede afirmar.
Siga un consejo, no se enamore
y si una vuelta le toca hocicar,
fuerza, canejo, sufra y no llore
que un hombre macho no debe llorar.
de las mujeres mejor no hay que hablar,
todas, amigo, dan muy mal pago
y hoy mi experiencia lo puede afirmar.
Siga un consejo, no se enamore
y si una vuelta le toca hocicar,
fuerza, canejo, sufra y no llore
que un hombre macho no debe llorar.
– ¿Qué
quiere que le diga? Mi alma está destinada a sufrir–. Revoleó el sombrero,
apartó el vaso y quebró en llanto.
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